Por: Edgar Oswaldo Peña Salamanca

Repetidas referencias del presidente de la República, Gustavo Petro Urrego, al trabajo de los periodistas y de los medios de comunicación, buena parte de ellas, en do mayor, están lejos de aconductar la prensa y mucho más cerca de fortalecer, no a los medios como tal y a los periodistas, sino a quienes están buscando permanentemente cómo descalificar sus actos de gobierno.

“Marcar” el ejercicio periodístico como adverso para llevar adelante nuevas políticas públicas, hoy enmarcadas en un gobierno que se denomina del cambio, sólo sirve para alimentar la idea de un gobernante autoritario y antidemocrático. En el mejor de los casos, uno que no escucha o que, sencillamente, está dedicado a lo que no le corresponde.

Además, fortalece sectores o lideres de opinión que con facilidad se solidarizan de corazón con la prensa, pero poco con la razón.

Un ejercicio realmente innecesario, si se toma en cuenta que todos los gobiernos, incluso extranjeros, tienen no pocas diferencias con la prensa. Sobre todos recaen criticas, a veces con más o con menos argumentos, pero criticas.

La tarea de la prensa no es desprestigiar el gobierno, pero tampoco es ser su vocero, para eso están los canales y comunicaciones oficiales.
Nadie es perfecto y la prensa, entendida como ese binomio de periodistas y medios de comunicación, que informan o forman, en la sociedad y en el marco de una democracia, no tendrían por qué serlo.

La mala prensa no existe. Hacer generalizaciones tiende a ser peligroso, luego un buen punto de partida es no hacerlas. Sin duda, existen informes de prensa puntuales, mal documentados o soportados en fuentes con intereses diferentes a los del gobierno.

En la relación entre periodistas y fuentes no son pocos los ejemplos en los cuales quienes informan atribuyen entera credibilidad a fuentes dudosas, como tampoco fuentes que frente a una publicación dicen haber sido interpretadas equivocadamente. Siempre es y será una relación compleja.

En el hoy y en el ahora de Colombia, no es nuevo que la relación de la prensa con los gobiernos de turno haga parte de esa complejidad. Lo que se está viendo ahora ya se ha visto en otros gobiernos, luego no sobra “bajar los taches” Tampoco, dejar el “delirio de persecución”

Buenas o malas noticias

Hay que reconocer que en el cotidiano vivir los temas adversos o polémicos tienden a llamar más la atención de los seres humanos que los sanos, benignos o benévolos. Las buenas noticias, nunca son noticia, suele decirse en algunos manuales o salas de redacción.

Estudiosos del comportamiento humano y del crecimiento espiritual señalan que es muy fácil ser muy proactivos socialmente con los temas negativos y, muy difícil, serlo con los temas positivos.

En el argot de los medios y de la comunicación se diría que los temas adversos tienen más audiencia y eso no es de ahora con el auge de las redes sociales, los click y la búsqueda de seguidores, ha sido de siempre. El ejercicio del periodismo no es ajeno a la búsqueda permanente de mayores audiencias. Peligroso, como las generalizaciones, pero real.

Es mejor dar ejemplo

Hay un aspecto que en todo caso merece mucha atención, ¿hasta dónde es sano, bueno o procedente señalar, descalificar, estigmatizar, el trabajo de los medios de comunicación y de los periodistas y hacerlo desde las fuentes oficiales, a las que por demás le corresponde dar ejemplo en el marco de una democracia?

Si Colombia se precia de una democracia y el gobierno de turno se reafirma en ella, lo más sano es que “cada lora” esté en su estaca.

El derecho a la información que tienen los ciudadanos y de la información que ejercen los periodistas y los medios, así como la libertad de expresión, hacen parte de la Constitución Política y, justamente, el presidente, elegido democráticamente, está obligado, como todo
el ejecutivo y las demás ramas del poder público, a garantiza esos derechos.

En una sana lógica, el presidente gobierna y los medios o periodistas, comunican. Si unos u otros lo hacen bien, regular o mal, en realidad eso es una tarea que le corresponde directamente a los electores o gobernados, a los entes de control, si se trata del gobierno y, a las audiencias, si se trata de los medios y los periodistas.

El presidente de la República, elegido en democracia, debe gobernar y hacerlo ajustado a su plan de Gobierno y los medios de comunicación, con sus periodistas, deben tener en la mira un ejercicio profesional con responsabilidad social, no un gobernante con sus particularidades y, a veces, hasta con sus intimidades.

En medio de los “egos” de un gobierno o de unos periodistas, varios también tienen el “ego” más grande que el medio, no puede quedar una sociedad y todo un país con multiplicidad de necesidades, atrasos y urgencias.

Más allá de si el gobierno se entiende con la prensa, está el país y millones de colombianos que esperan que esas relaciones fluyan, no que influyan y menos en forma negativa. De lo contrario, se entendería que hay distractores mutuos y por ende golpes bajos para la sociedad y para el ciudadano común y corriente.

El gobierno se justifica con la mala prensa que “no lo deja gobernar” y a su vez la prensa afina sus contenidos para presentar que todo va mal. Expresa el adagio: “ni mucho que se queme el santo, ni poco que no se alumbre”. De nuevo, no se puede generalizar.
La credibilidad de los gobiernos y los gobernantes viene decreciendo y lo propio está sucediendo con los medios de comunicación y sus periodistas desde hace décadas. Significa que hay que revisar, de lado y lado.

¿Lo procedente no es acaso que cada uno de se ocupe de lo suyo y vea cómo contrarrestar eso fenómeno que crece constantemente y resulta ampliamente adverso para la sociedad y el desarrollo? ¿Quién gana o quién pierde con un gobierno que no funciona o con una
prensa que está en igual condición?

La respuesta es contundente, pierde la sociedad, pierde el país, pierde la democracia. El presidente de la República y la prensa deben rehacer sus relaciones y volverlas constructivas y proactivas. Esa convivencia o coexistencia donde cada uno hace lo suyo y lo hace de la mejor manera posible, sin necesidad de medir fuerzas, sino teniendo en su horizonte el desarrollo del país y la dignidad de cada ciudadano, es el deber ser.

La paz total de la cual tanto se habla, debe encontrar una respuesta viva, contundente y ejemplarizante desde el gobierno y desde la prensa a través de unas relaciones dignas y constructivas y siendo ejemplo todo el tiempo. Es lo que esperan los electores y las audiencias.

Presidente, sobra la estigmatización de la prensa. Tampoco olvide que esa “mala prensa” que dice tener es la misma que ha acompañado su carrera política desde la clandestinidad, su paso por el Congreso, por la Alcaldía Mayor, por sus distintas candidaturas, hasta llegar
hoy donde está.